jueves, 24 de enero de 2013




¿Es relevante, de alguna manera, la verdad en los discursos políticos?

Por: Adad Inari García Lira




Dadas las condiciones concretas de nuestro contexto más cercano que es México, podemos caer en un estado de sospecha e incertidumbre cuando se piensa en los discursos políticos  que convergen en el país. La sospecha se encuba en la percepción que se tiene sobre la situación más básica del proceso político-democrático, los hechos. Y respecto a los hechos podemos mencionar diversas situaciones concretas y lo que se dice, desde quienes detentan el poder, sobre los hechos. “Lo que se dice” no podemos tomarlo sino como un discurso; la incertidumbre se presenta al contrastar lo que dice el discurso sobre los hechos, y los hechos mismos. 

       El planteamiento ya había sido puesto de la siguiente forma por Maquiavelo: ver las cosas en su verdadera realidad y no basar el discurso en la mera imaginación. No hay certeza cuando se realiza lo contrario. Por eso, a pesar de las dificultades que implica hablar de política en México, en las siguientes líneas me conformo con plantear un asunto más general y  menos agobiante y desesperanzador: ¿Es la verdad, de alguna manera, todavía relevante para los discursos políticos?

        Haré énfasis en algo que tiene que ver con el discurso político y su relación con el concepto de verdad. Es bien sabido que para la clase política no es necesario mantener una relación estrecha con la verdad, se sabe que incluso, pueden mantener velados los verdaderos intereses con tal de conseguir un objetivo que los ayude en sus propósitos políticos (privados). 

     El punto medular es que, sí, tal vez para el actuar político no se necesite apelar a la verdad, pero ineludiblemente cuando los ciudadanos como nosotros nos vemos obligados a ponderar los discursos políticos, entonces necesariamente tenemos que apelar a algún criterio que nos permita evaluar el discurso. Cuando se trata de evaluar el discurso político entonces sí importa y es relevante el concepto de verdad. 
Por ejemplo, si el secretario de gobernación del país X emite algo como lo siguiente: el estado X es una democracia no una aristocracias, si X fuera una aristocracia no reconocería el derecho de los más pobres al voto, por lo tanto en X existe el derecho de todos al voto. Como todos pueden votar, tienen la obligación de elegir de este conjunto de Y elementos a uno sólo que continúe por el camino de la democracia. 

    Dentro del total de este discurso aparecen varios contextos lingüísticos: un contexto evaluativo, uno normativo y uno descriptivo. El discurso como tal mantiene un argumento cuya validez depende de las premisas. De tal forma que si consideramos engañoso el argumento se podría señalar alguna de las premisas o la conclusión, siempre y cuando se contraste con el contexto dado. 

     Es decir, para ponderar (p1) “el estado X es una democracia no una aristocracia” es necesario que desde cierta óptica cumpla con el requisito de que todos tengan derecho a votar, pero no es suficiente que todos lo hagan, podría tratarse de una farsa montada por la oligarquía; El contexto evaluativo depende de la circunstancia concreta del estado X. 

    En (p2) “si X fuera una aristocracia no reconocería el derecho de los más pobres al voto” de manera engañosa podríamos considerarle como un enunciado normativo si consideramos la verdad de (p1), dado que cualquier estado que se asuma como democrático debe reconocer el derecho de todos al voto. 

    En (p3) “En X existe el derecho de todos al voto” se podría encontrar la mayor controversia sobre la verdad de tal enunciado descriptivo. Debido a que primero se tendría que establecer quiénes pueden ser sujetos políticos con capacidad de votar. Tal determinación puede justificarse en base a una norma y tal norma deberá ser establecida y evaluada por un organismo que bajo el criterio de la observancia considere pertinaz o no tal norma para la verdad de esa descripción.




   Todo esto parece algo rebuscado pero en el discurso político confluyen varios contextos los cuales forman dificultades para establecer la verdad del discurso político. Si tomamos en serio y sin un supuesto anterior a (p2) no hay una elemento normativo en sentido positivo sino contrafáctico, en cuyo caso bastaría comprender lo que se dice, pero de ningún manera importa que sea cierto para que, cómo artilugio retórico, se pudiera llegar a una conclusión como (p4) “Como todos pueden votar tienen la obligación de elegir de este conjunto de  elementos a uno sólo que continúe por el camino de la democracia”.


   Con lo anterior he querido sugerir que no solo tendríamos que ponderar los discursos políticos conforme a su coherencia ideológica y de forma, ante todo, el discurso político tiene que contrastarse con la realidad extralingüística. Hoy en día la política no se hace de espaldas a la economía, por eso un curso de acción económico parte de las razones políticas que se esgriman para su ejecución, y se sabe que el elemento de la predicción confiable en los asuntos monetarios es algo que no sólo debe ser parte de la coherencia de un discurso sino también parte de la realidad concreta para los sujetos o individuos en un estado X. Si ese mismo secretario de gobernación dijera que la economía de X es la tercera más poderosa del mundo, entonces debemos contrastar eso con la posibilidad de que la mayoría de los negocios en el mundo se lleven cabo con el intercambio de tal moneda, por ejemplo, el dólar, el euro o los yenes, y alguna de esas monedas corresponda a la que utiliza el estado X.

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