lunes, 4 de febrero de 2013


UN GATO HACE EL MISMO ESCÁNDALO QUE HACEN CIEN GATOS: APUNTES MAULLADOS SOBRE POESÍA Y LENGUAJE



Óscar Édgar López*




I
Aunque la noche sea de los gatos me niego a tolerar un concierto más de maullidos y lloriqueos infantiles; no los soporto cuando revuelven la basura bajo el poste, ni los encuentro encantadores espiando como soplones bajo los autos y los tendederos de ropa. Hace un par de noches, mientras enfrentaba la página en blanco, esa fatalidad que nos visita tan seguido, escuché a la pandilla de leones de sillón acercarse a la cuadra, sentí pavor de mirar que eran cientos o miles los bichos que rodearon mi aposento, aseguré las ventanas y eché llave a los cerrojos, temblando y ya con el infierno en los oídos por el coro felino, me sumergí bajo las cobijas abrazado a mi escudero, un canino asalchichado que temblaba más que yo. Así postrados, hundidos en la oscuridad de la habitación, escuché que entraron a mi casa, rompieron ventanas, rasgaron cortinas, pronto la manada llegó hasta el cuarto donde estábamos; el escudero se tragó los ladridos, yo me aferré a las sábanas.

Foto: Edgar Ibarra Luna

     Con un salto y un caminar elegantes el gato mayor se acercó hasta la punta de mi nariz, noté que traía un rollito de papel en el hocico, lo dejó caer en mi pecho y se alejó con sus compañeros, no sin antes asaltar mis viandas y dejarme sin latas de atún ni calamares. El rollo era una carta muy bien redactada, por autor firmó en la parte superior: Isidore Ducasse, conde de Lautremont. Mi sorpresa me echó fuera de la cama, estaba desconcertado, pues no hace más de tres meses escribí una carta al conde, pero la dejé olvidada en una campiña de festejos, jamás creí que la leyera, menos aún que me contestara. Su misiva era una salvación pues me aclaraba las dudas que en la mía le confesaba: ¿si es el hombre esclavo del lenguaje, si la poesía vive en el poema o lo contrario, si escribir era resistir o aceptar el absurdo? Luego que leí sus respuestas, acaloradas y algo babeadas por su mensajero, no tuve más el problema de la hoja en blanco, escribí las líneas que a continuación siguen, para ellas me fue cara además la lectura de algunos ensayos de Martin Heidegguer, Jaques Derrida, Corinne Ennaudeau y otros pensadores que en el camino de mi propio pensar encontré. Aquí dejo pues el resultado de tales andares:


II
     Como una voz que se arremolina en el hueco de una coraza muy antigua, como una presencia no siempre presentida, sentimos al cuerpo dialogar con el universo, no hay palabra, pero sí el sonido, tampoco un alfabeto, pero sí el signo; podrá ser el momento de asaltar a la duda y responderle, que el lenguaje es la vida, que al habitarlo nos hacemos.  Todo cuanto creemos que hay lo ha puesto la palabra; en el hacer del lenguaje segmentamos la existencia, por la mitad el centro rector y en los flancos la binaria estafeta de la eternidad: lo presente y lo ausente, lo mortal y lo inmortal, el cielo y la tierra.  
Pero la palabra que ha sido dicha no es dichosa, porque su finitud sonora y  su resistencia semántica la transforman en asedio y no en presencia; el lenguaje crea un tejido en donde la conciencia encuentra asidero, que por supuesto, no es infinito ni absoluto. Nótese como se desgaja, como poco a poco la certeza mañosa se viene abajo y nosotros con ella y nosotros a ella. 
     
     Existe un hablar puro, dice Heidegger: la poesía ; pero llevada a la estructura, aferrada al verso, ¿la poesía fallece por el freno de la palabra?, es decir: la palabra asesina el movimiento creador de la poesía, la encarcela, la cela, le pone autor y medida. Presentada así, en ataúd tipográfico, la poesía se fija, y si habremos de hacer caso a Paz, cada vez que el poema es leído la poesía vuelca su energía una vez más y sucede.  

    Porque la detenemos en versos, la poesía puede ser leída y aún entendida, lo que prevalece es la imagen, partícula motora de las afecciones. Luego el sonido la arropa y el entendimiento exige un significado, así tejido el lenguaje nos recrea, como no hay realidad sino realidades dentro del sistema, la vida ridículamente finita de la carne, por lo tanto del personaje que se nos ha dado a interpretar; acontece una y otra vez como crece la cola de un lagarto inmortal cada verano.

    Ese hablar puro que es la poesía existe como alternativa y como posibilidad del mundo, entendida como la cualidad proteica de la cosa , (la otra es el cuerpo); revela su multiplicidad apenas cambia de sitio en una supuesta escala simbólica, así nos confirma su existencia en nosotros, como especie, como cosa en el universo. Posibilidad de tejer con los hilos de la escritura en la maraña inmensa de el mundo velado, no olvidemos que el lenguaje prepara toda tentación de sumergirse.

     Escribir poesía es exaltar la posibilidad de la cosa, dialogar con las variantes, que es el fin del ejercicio escritural; el proceso parece el mismo, un verso comienza a gestarse a partir de una combinatoria sensual e intelectual, como posiblemente la palabra apareció revelada en la boca del primer hablante que escuchó el zumbido del mundo.  El hombre se encuentra detrás del lenguaje, uno gastado, al que mantiene en jaula dentro de su posibilidad explotada, al decir por ejemplo “amor”, el significado se mantiene oculto tras el disfraz enfermizo de la humanidad, uno monstruoso como él, tan fatal y caprichoso. Casi todo el lenguaje utilizado para la vida corriente posee la mima característica de existir muerto, necesita mantener ese régimen pues son esos pequeños actos cotidianos los que sustentan la farsa de la sociedad, o más bien: el vicio de existir. 

     Lo traducible del poema no puede ser la palabra, en tal caso se reescribiría, tampoco el sonido, pues al transformar la grafía éste cambia y sólo se aproxima , jamás leeremos un Quevedo anglosajón, como tampoco a un Jhon Milton de los magueyes; lo trasladable es la posibilidad, en ella anida el efecto del arte, la imagen, pero no sola, como un icono mental, al contrario, impulsada por las aproximaciones de los otros elementos: el sonido, la sintaxis. De tal suerte sí leemos la poesía de Quevedo en ingles y la de Milton en español; su poema, esa cosa que fabricaron, esa máquina, está convulsa, está, y al decirlo se ha ido, es la cascara, vaca hueca la bóveda de marfil.  

III
     
     Nótese mi tristeza zalamera, acostumbrada como está a ronronearme en las piernas, nótese además que me parece una fatalidad, el sello grande de la tragedia, esa conciencia de la posibilidad imposibilitada de la palabra, me parece mirar un cardenal de pecho dorado atrapado en la red, puesto en un jaula a silbar su extravío para soslayo de una vieja sosa como mi vecina. El phatos del hombre culminará en el silencio, cuando no escuchemos más voces, ni el eco resuene misterioso, ahí se mantendrá pura la poesía, como una lava escurrida en la montaña, como un espumarajo de gas que se aglutina en el cielo.

      El hombre devorado por el lenguaje, aterido en la superficie, sin asomos a la posibilidad y encaramado en el mundo de lo “útil”, desdeña la poesía porque siente que ha superado cierto estado trágico, donde él creía que el mundo debería ser vencido, donde además debería él vencer al resto, a los otros, ¡ningún perro es tan hijo de perra!, para soslayar una misión tan destructora; la supervivencia y la sustitución de un centro rector del universo depositado en el dinero, en la mercancía, terminó de podrir las manzanas. La poesía es también un ropaje hermoso para vestirnos en la vida, una resistencia alcahueta con la que pretendemos recobrar lo nunca perdido, devolver al origen lo desde ningún lado originado . Ante la impía necedad por encerrar las cosas en su nombre la poesía no nombra, hace presente la cosa, nos acerca, nos endosa y sí: nos hunde, nos engaña.

IV

     Después de almorzar escribí en el reverso de un boleto de autobús una carta para el conde Lautremond, creo que si la deposito entre los pañales sucios que los vecinos amontonan bajo el poste, el gato cartero la encontrará y seguiré feliz la correspondencia con el malvado Ducasse, espero que suceda y si no, me siento a desvariar con el viento y las migajas, como un palomo avejentado, un clavel iluminado por el sol de las tres de la tarde.     

*Óscar Édgar López (Zacatecas, México, 1984) escritor y pintor,.
Fotografías: Edgar Ibarra Luna



BIBLIOGRAFÍA:
*Textos antologádos para el curso: 
Martin Heidegger, El habla, De un dialogo acerca del habla.
Enaudeau, Corinne, Paradojas de la representación.
Vévenes, Zenia, El decosntruccionismo.
Derrida Jaques, premisas de la deconstrucción
*Paz, Octavio, El arco y la lira, Siglo XXI, Argentina, 1991
*Pfeiffer, Johanes, La poesía, Breviarios, México 1986


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